martes, 7 de septiembre de 2010

Melancolía disipada.

La conocí uno de esos días de melancolía disipada. Yo estaba en el patio de la universidad tratando de confundirme entre los estudiantes, caminando en los jardines, sentándome en las bancas de metal, mirando de soslayo a las muchachas. Ella se detuvo frente a mí y me preguntó si podría dejarla mandar un mensaje desde mi teléfono celular. Metí la mano en el bolsillo de mi pantalón y extraje de él el aparato. No dije una palabra. Escribió algo rápido, oprimió la tecla de enviar y me lo regresó después de darme las gracias. Con agilidad se dio la vuelta. Traía puesta una chamarra de algodón y unos pantalones ajustados de mezclilla. Un trasero delicado y grácil. Cuando desapareció pensé en todas las posibilidades encerradas en las universidades. En la juventud, las cafeterías y los bares. Luego recordé que en mi época universitaria siempre quería estar en algún otro lugar. Frente a mí pasaron esos jóvenes con los nuevos peinados que estaban de moda usando la plancha aplanadora de cabello. Luego sonó mi teléfono celular. La muchacha recibió respuesta. No puedo, decía el mensaje. Imaginé desde luego que se trataba de un amante que tenía que se negaba a verla. ¿Quién podría ser tan tonto como para decirle que no a una muchacha así? En fin, dejé de pensar en eso y emprendí el camino de regreso a casa.

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