martes, 30 de diciembre de 2008

7. Un teléfono, un control remoto y un chocolate.

Un teléfono domiciliar ya no es lo mismo que antes, como no son las mismas las melodías que uno le pone a sus amores en el auricular o en el micrófono.

En ocasiones piensas que fuiste asolada, que segaron tus cuerdas de metal o de nylon; luego te preguntan tu edad.

Quieres cumplir la promesa que que escupió la Sibila y vuelves a escribir acerca de atardeceres serenos.

Antes te encerrabas en tu cuarto a hablar por teléfono, debajo de las cobijas antes de dormir. Ponías discos, decías tonterías.

Hoy vas directo al punto, cuelgas pronto, arreglas problemas en menos de cinco minutos.

El control remoto es una extensión de uno mismo, una expansión falocéntrica, unas ganas de mandar o un delirio de Onán enamorado de su televisión o de las extensiones o expansiones.

Algo corporativo y recurrente que nunca morirá.

Te molesta la gente sin talento, la gente jactansiosa sin obra o con obra que no has leído y que tal vez cuando leas puedas perdonar, no te atreves a escribir su nombre pues si lee estas líneas lo más seguro es que dirá: y yo en cambio a ti ni te pelo, ni te fumo, como ni amor te tengo ni atención te pengo, vales madre sí sí vales verga.

El teléfono y el control remoto, benditos aparatos para estas neurosis o paranoias o delirios tremendos.

Le oprimes al ch + y ya canta Marilyn Manson, ya bailan las Conejitas en su Mansión, ya llora Thalía, ya dejan más que nuevo un Bentley del 52.

Estás viendo un chocolate con empaque navideño, empaque dorado con rojo y verde; lo más seguro es que esté relleno de algo.

Antes pensaba de ti misma que estabas podrida, que tenías en tu interior algo echado a perder; ahora crees que estás rellena de algo parecido a lo que estás viendo.

Hablar por teléfono con Miss Sinaloa 2007, estarle cambiando a la tv con cable, estarse comiendo un chocolate; podría ser, como dicen Los Planetas, un buen día.

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