sábado, 19 de abril de 2014

Polvo y césped

Una mujer está bailando en el centro de la pista; cerca de ella, jóvenes vestidas de blanco danzan agitando sus esferas luminosas. Empiezan a aparecer sensaciones de intimidad, disminuye tu ansiedad. Estás sentado en el suelo, hay polvo y césped; estás solo observando a todos los demás levantar los pies y agitar los brazos. Nadie te mira, ninguno de los asistentes te presta atención. Un violín está sonando en las bocinas. No debí venir, piensas. En la mochila llevas una botella de agua, una sudadera; todavía no hace frío.
Te levantas, observas a las personas entre esos escalones milenarios de piedra. Las sensaciones de apertura emocional empiezan a aparecer. Árboles de piedra, edificios reflejando el mar, verdores de matices casi infinitos. Varias ideas te van surgiendo mientras caminas: la plaza principal es el mar. La ciudad se llama Boca de serpiente. Hay imágenes, presencias inmensas, puertas hechas de fauces de criaturas sobrenaturales. Una joven se detiene enfrente de ti, te pregunta si deseas una guía; aceptas, te toma de la mano.
No sabemos qué criatura habita aquí, te dice. Hay un contrato con los dioses del inframundo. Comienzan a elevarse, observan edificios de piedra, la megalópolis se hace pequeña. Oteas la inextricable unión entre piedras, árboles; espectáculo de vinculación entre selva y pasado remoto. Construcciones monumentales atípicas, testimonios inmóviles, letárgicos; centros ceremoniales creados con esfuerzo humano, conjunción de espacios: cielo y tierra fundidos.
Comienzan a descender. Hemos sido arrancados de la selva, dice la joven. El tiempo se detiene. Se encuentran entre dos montículos adyacentes, hay símbolos abrumadores, un jaguar luminoso transita enfrente de sus ojos como una sutil cometa. Sus manchas representan las estrellas, es un símbolo del inframundo, te dice ella; su mirada es luminosa. Observarlo es atestiguar sus costumbres noctámbulas, sigilosas; después puede haber mimesis involuntaria. Miras tu reloj, los segundos avanzan de nuevo, vuelves a escuchar la música, ella te abraza, te toma las dos manos, las sujeta fuerte, se despide; regresa a bailar en el centro de la pista.
Te concentras de nuevo en las esferas luminosas de las jóvenes mientras levantan los pies al ritmo de la música, flexionan las rodillas, sonríen. Epiezas a necesitar de nuevo el contacto con los demás. Es momento de regresar a casa, todavía no hace frío.
En el autobús han puesto esa película sobre las aventuras de un programador introducido en los circuitos de una computadora donde los programas tienen vida y personalidad propia; justo el personaje principal acaba de ser reconstituido en un mundo digital. Los efectos del medicamento empiezan a aparecer. Puedo ocupar este asiento, te dice un adulto joven señalando a un costado tuyo. Contestas de manera afirmativa. En la pantalla interior del camión, las motocicletas están dejando una estela de luz. El poder del jaguar es inconmensurable, dice el muchacho mientras mira sin interés la película.

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